miércoles, 14 de febrero de 2007

La Construcción Del Crimen

La Construcción Del Crimen



El relato policial latinoamericano. La reciente edición de la antología El que la hace... ¿la paga? Cuentos policiacos latinoamericanos, ofrece una revisión del género policial en Latinoamérica durante el siglo XX. ¿Cómo miramos los crímenes en esta parte del mundo?, ¿cómo los convertimos en símbolos?



Por Jimena Ugaz*




Para introducirnos en el apasionante mundo de homicidas, testigos y pistas; a finales del año pasado apareció en Lima la colección de relatos El que la hace... ¿la paga? Cuentos policíacos latinoamericanos (Coedición Latinoamericana, 2006), con selección y prólogo de Vicente Francisco Torres. Esta antología agrupa a dieciséis escritores, de trece países latinoamericanos, y cuyos relatos fueron escritos a lo largo del siglo XX.




La colección incluye el relato Rota la ternura (Los Bigardos del Ron, 1929), del costarricense José Marín Cañas. El cuento es protagonizado por un campesino indígena encarcelado por matar al amante de su mujer. Impulsado por un fuerte deseo de reunirse con su hijo, a quien no ve desde hace años, el protagonista se escapa de prisión y emprende un largo y peligroso viaje. Sin embargo, la venganza póstuma del amante se impondrá en un final tan imprevisto para el campesino como para el lector de Marín Cañas.




Otro de los relatos que merece mención es El sueco (1955), escrito por el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal y protagonizado por un extranjero escandinavo que, sin razón aparente, pasa sus días en una prisión de Nicaragua. La fuerte crítica al gobierno de Somoza García-que se condice con la lucha de Cardenal por el Frente Sandinista-se enmascara bajo un superficial humor sardónico. El sueco, de manera adicional, sirve para echar una mirada paralela a la obra de otro escritor, Sergio Ramírez, un novelista empecinado también en la denuncia de la dinastía Somoza en Nicaragua.




Así mismo, en la colección de Torres aparece El juego del muerto (O jogo do morto. O cobrador, 1979), del brasileño Rubem Fonseca. En este relato, la violencia se extiende a todas las esferas de la sociedad: desde los escuadrones de la muerte, hasta una burguesía viciada y corrupta. Esta idea de la degradación del ser humano y la representación gráfica de la corrupción aparece también en otras novelas de Fonseca, como El caso Morel (O caso Morel, 1973) y Agosto (1990).




Los relatos de Cardenal y Fonseca son representativos del tipo de policial que predominó en los países latinoamericanos durante la segunda mitad del siglo XX, un modelo concebido en respuesta a las dictaduras militares y la injusticia social padecidas por los países de esta parte del continente durante aquella época. Vale decir que algunos de los escritores contemporáneos que se han sumado a esta denuncia histórico política son los argentinos Soriano y Piglia, el mexicano Taibo II, el cubano Padura Fuentes, la brasileña Patrícia Melo, y los chilenos Ampuero y Díaz Eterovic.




Variaciones del misterio




Otro de los relatos notables de la colección de Torres es Lo mejor de Acerina (Los viejos asesinos, 1981), del mexicano Luis Arturo Ramos, y que recuerda un poco a la novela policial Últimos días de la víctima (1979), de José Pablo Feinmann. En el cuento de Ramos, el lector queda atrapado en una penetrante narración omnisciente por medio de la cual se progresa en dirección al crimen, al tiempo que se percibe la inminente desgracia. El resultado es un intenso suspenso, acrecentado por la escenificación de la trama en la atmósfera recluida del Salón Cumbayá, con la multitud, la vigorosa presencia de Acerina y la música que, en su precipitación, marca el clímax de la narración y del crimen.




Caso cerrado (Una noche, un sueño 1996), del peruano Carlos Garayar, es otra obra maestra del policial, no sólo por la perspicaz resolución del enigma en manos del inspector Sisniegas, sino por la efectiva escenificación de la violencia urbana: avaricia, traición y un cruento descuartizamiento. Estos elementos, sumados a la corrupción policial y el deslinde que hace Sisniegas del modelo impuesto por el detective clásico, acercan a Caso cerrado al thriller americano y a la novela negra.




En la consideración de los cuentos antologados por Torres, salta a la vista que éstos se resisten a la clasificación o alineación a un tipo específico dentro del género policial. Si bien cabe apuntar que el género abarca todos aquellos cuentos y novelas en los que el crimen y la investigación del crimen tienen una importancia capital, es necesario, para toda agrupación dentro del policial, recurrir a la tipología de Tzvetan Todorov (The Typology of Detective Fiction, 1966). En esta clasificación, Todorov reconoce dos subgéneros principales: 1) el whodunit (policial clásico o relato de enigma), creado por Edgard Allan Poe (protagonizado por Dupin) y continuado por Arthur Conan Doyle (y su legendario Sherlock Holmes); y 2) el thriller (policial duro o novela negra), cuyos escritores más sobresalientes fueron los norteamericanos Dashiell Hammett y Raymond Chandler. Como indica Todorov en su ensayo, este segundo tipo nace a partir de un determinado contexto histórico, social y geográfico: los años de la prohibición, el crimen organizado y la depresión en los Estados Unidos.


Pero quizá la mayor contribución de Todorov al análisis del género fue el haber diferenciado el relato de enigma y la posterior novela negra basándose en el efecto que estas lecturas producían en su receptor: misterio en los relatos de Poe y Doyle, suspenso en las novelas de Hammett y Chandler. Mientras que el misterio del policial clásico estaba relacionado a la identidad del asesino, el suspenso de la novela negra resultaba del seguimiento de las actividades de un detective vulnerable.




Fantasías homicidas




Aunque los cuentos latinoamericanos aquí discutidos se acercan más a la segunda categoría identificada por Todorov, es necesario aclarar que la colección de Torres establece también lazos estrechos con la tradición del relato clásico. Los dos primeros cuentos en la colección son El vástago, de la argentina Silvina Ocampo, y Las señales, del argentino Pérez Zelaschi. Notablemente, estos dos mismos relatos aparecían en la primera antología significativa del género policial publicada en un país latinoamericano: Los mejores cuentos policiales (dos volúmenes, 1943), editada por Borges y Bioy Casares. En esta primera colección, Ocampo, Zelaschi y otros tres argentinos (Peyrou y los mismos editores) aparecen junto a escritores establecidos del relato clásico como Poe, Doyle, Chesterton y Christie.


La consideración de los relatos incluidos en la antología de Borges y Bioy Casares, por su parte, revela que varios de éstos diferían del modelo original del whodunit establecido por Poe en el siglo XIX. En 1928, el norteamericano S.S. Van Dine se ocupó de enumerar los requisitos esenciales para todo relato detectivesco, entre los que figuraban la presencia de un detective, de un criminal y de un cadáver, así como la exclusión de lo sobrenatural o fantástico a la hora de presentar la resolución del enigma.


Curiosamente-como sugieren Borges y Bioy Casares en el prólogo a su antología-y desde sus inicios, el género policial ha guardado una relación muy estrecha con la literatura fantástica. El género detectivesco se inaugura en 1841 con el cuento Murders in the Rue Morgue de Poe, que, en la década de los cuarenta, apareció asociado en varias colecciones con los cuentos policiales El misterio de Marie Roger (The Mystery of Marie Rogêt, 1842) y La carta robada (The Purloined Letter, 1844), pero también con otros relatos en los que el elemento de lo sobrenatural es central para la resolución del enigma-como The Fall of the House of Usher o The mask of the Red Death. Estos últimos relatos, como varios de los antologados por Borges y Bioy Casares en 1943, y por Torres el año pasado, carecen de la figura de un detective y de la pesquisa propia del género, y, sin embargo, el misterio es un elemento esencial en cada uno de ellos. Los cuentos de Poe, como los que escribe Borges un siglo después, se mueven en el límite entre lo policial y lo fantástico, y su objetivo es responder al cuestionamiento de Dupin en el cuento original de 1841: ¿Qué ha ocurrido aquí que nunca antes haya ocurrido?


La reciente publicación de la antología de Torres refuerza la importancia del género policial en la historia más amplia de la literatura latinoamericana, al mismo tiempo que refleja el proceso por medio del cual una determinada nación reescribe, de acuerdo a las necesidades dictaminadas por la historia y la cultura, su propio relato. La selección de Torres incluye tanto a los pioneros como a los innovadores, a amantes del clásico y de la novela dura, a partidarios del misterio y del suspenso. En su variedad, esta antología delinea la evolución de este género universal que, al igual como en el caso latinoamericano, se resiste a una rígida clasificación.




* Middlebury

http://www.elcomercioperu.com.pe/EdicionImpresa/html/2007-02-13/ImEcDominical0670210.html