lunes, 5 de febrero de 2007

Cuentos Menudos

CUENTOS MENUDOS

"CUENTOS MENUDOS" GANADORES Y SELECCIONADOS
CONCURSO 2002 - 2003

"Billie Holiday y el hombre triste"

Cuando la cantante salió al escenario, él ya estaba allí, sentado, esperándola. Con unas copas de más y abrigado por una espesa nube de humo. Llevaba la camisa desabrochada hasta el tercer botón y la corbata desanudada. Lloraba, pero a nadie parecía interesarle su tristeza ebria.
Ella estaba preciosa, de negro, como siempre, sonriendo a lo Billie Holiday, flores en el pelo y hombros desnudos. El hombre triste podía ver mariposas saliendo de su boca, su voz llena de alas. Pensaba que ella podría cantar en algún otro lugar mejor que ese. Un lugar espaciado y limpio, con público elegante y libretos de insuperable diseño con fotos de la artista; en vez de en ese garito cutre, al que entraban borrachos amargados como él. Hombres sucios que la miraban con lascivia mal disimulada.
El hombre triste dio un puñetazo tímido a la mesa. Se derramaron unas gotas de su whisky, lo que no atrajo la atención de las personas que bebían cerca de él, pues no sabían que se estaba castigando interiormente. A veces, cuando las palabras no sirven para expresar una emoción, es normal responder así, con un puñetazo apagado, un tanto estúpido, pobre señal de que las entrañas se están convirtiendo en cristales rotos.
Por un instante, sólo una vez, Billie miró en los ojos vidriosos del hombre triste. No le sonrió a él ni a nadie en aquel antro, sino a la nada de una pared desconchada y obscura, la del fondo. Y aún así, el hombre triste la quiso intensamente porque, por un momento, esos cristales de dolor habían dejado de pincharle.
Mariposas blancas en su cabeza. Qué voz tan maravillosa.
Those foolish things.
La esperanza de los viernes.

Reme Perni Llorente


"Adiós, hola"

Un día J. salió por la puerta de su casa, decidido a dejar atrás todo aquello que le había impedido alcanzar la plena felicidad.
Ése mismo día M. entró en su casa y respiró con alivio al descubrir que todo lo que la hacía desgraciada había desaparecido de su vida.
En Tokyo llovía en ese mismo instante.

Pedro de la Ossa Antón



"Una noche más"

Antes de llegar a la puerta, Manuel se detuvo frente al espejo del recibidor. Revisó el perfecto estado de su pelo engominado, la camisa que se ceñía con precisión a su cuerpo de gimnasio y se abría en el cuello para dejar ver la cadena de oro. Los tejanos, perfectamente ajustados, y las deportivas último modelo brillaban en sus pies. Comprobó que había cogido la cartera, las llaves del deportivo y el frontal del equipo de música, el más potente del mercado. Si hubiera repasado detenidamente lo que llevaba consigo, se habría dado cuenta de que se dejaba otra noche más el cerebro encima de la almohada.


Miguel Gallardo Albajar






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OTROS CUENTOSMENUDOS SELECCIONADOS




"Sesión numerada"

Una cita. La primera, tal vez la última. Cuatro alternativas de vestido pero un solo cuerpo sin más opciones ni menos complejos. Cuatro kilos de más, diez horas de gimnasio de menos. Cuarenta y cinco minutos para hacer de mi imagen en el espejo una versión mejorada.
Un blusa, una falda, un par de medias, dos tacones altos. Tres temores contra cuatro ilusiones. Dos pitidos de timbre; él, a tres pisos de
distancia.
Cincuenta pasos hasta un coche de tres puertas. 70 km/h y el viento
golpeando mi cara. Unas palabras, unas sonrisas, una sala de cine.
Oscuridad y él, a veinte centímetros de distancia. Una mano sobre mi pierna y diez latidos más por minuto. Cuarenta y dos fotogramas por segundo sumados a ritmos y palabras. Dos ojos brillando en la oscuridad; él, a un beso de distancia. Un susurro: "estás preciosa esta noche". Las pulsaciones suben diez más y los complejos descienden posiciones al tiempo que aumenta la presión de sus labios en los míos. Distancia cero entre él y yo.


Ana Belén Climent Baeza





"Dar calor"

- Perdona, ¿tienes fuego?
Siempre pienso que los hombres que están en los andenes de noche y solos son sospechosos de buscar algo sucio. Imposible que las miradas ansiosas de reojo se disimulen por llevar buenas intenciones. La sensación de peligro me histeriza todavía más si se acercan. Que me pidan fuego... El corazón me parte las costillas de tan fuerte que late y miro al suelo porque estoy sola, es de noche, y en todo el andén no hay más que un hombre. Justo ese que me ojea cabizbajo mientras hace el gesto de rascarse la nuca y al que tengo tan cerca como para que me hable.
- No fumo.
Quiero que se vaya aunque hubiera preferido responderle con voz más contundente.
- No importa.
¡Sí que importa! ¡Vete! – pienso. Pero en cambio se queda. Se sienta a mi lado. Vuelve a hablar:
- Tampoco tenía un cigarro.
Y hasta ahí sus pretensiones oscuras. Los dos sentados, uno al lado del otro, nos quedamos mirando cada unos sus manos o el espacio negro de entre las baldosas. Como para darnos calor.


Ana Beatriz Manzano Barrabés





"Cybersexo"

Comenzó, dócil, pausado, cauteloso, aunque, en el fondo, impaciente. Su cuerpo, tembloroso, iba cogiendo el ritmo. Conforme continuaba, rápidas emociones recorrían su cuerpo, como chispazos. Su pulso indómito aumentaba la frecuencia de sus latidos que, tan ocupados como estaban entre sístole y diástole, no reparaban ya en cuentas del exceso de pasión que regalaban. El frenesí se agolpaba por instantes en su incontrolado ímpetu por acelerar aún más y más y mucho más sin siquiera dejar respirar a la libido que alcanzaba a saborear por momentos el chorro de las fuentes del éxtasis más elevado justo en el momento en que sucedió lo inesperado: Se fue la luz.


Francisco José Gallego Durán





"Me lo contó un pajarito"

Cuenta la leyenda que había una isla y en esa isla vivía otra civilización apartada de todo contacto social. Cuenta la leyenda que, aunque rodeados de mar, no sabían nada de la navegación y consideraban las azules aguas como a un dios. Cada día, después de las tareas cotidianas, se reunían todos en la orilla y oraban. Y así pasaban básicamente su tiempo (y las otras cosas que hacían no las quiero contar).
Cuenta la leyenda que una noche, después de terminados los rezos y los cantos, quedando únicamente dos hombres en la orilla y con la luz de una hoguera, mientras charlaban y reían y comían y bebían, se acercó lentamente, desde la línea que no se encuentra en el horizonte, algo que flotaba por el mar.
Cuenta la leyenda que aquella cosa seguí el camino de la luz de la luna proyectada en la superficie del mar. Aquellos dos hombres tardaron un tiempo en darse cuenta de aquel acontecimiento. Cuando se acercaron y vieron aquello quedaron sorprendidos y encantados. Era un barquito, hecho con madera y con una vela blanca y en la vela una cruz. Descubrieron entonces la posibilidad de recorrer el mar, de navegarlo y sonrieron alegres y se abrazaron y tanta fue la emoción en ellos que decidieron despertar al poblado para anunciar el descubrimiento. De camino allí el más joven de ellos preguntó que quién habría construido y enviado el barco. Cuenta la leyenda que eso es otra historia y que, por supuesto, es mucho más bella.



José Antonio Márquez Fons





"Lectura redonda"

El libro trataba sobre una trama circular, y cuando levantó la vista le daba todo vueltas.



Fulgencio Sanmartín Martínez




"Aisha"

Un día Aisha se despertó y se sentía como en una nube de algodón, estaba en una cama. No dormía en el suelo, sobre paja o sobre cartones, dormía en una cama. No olía a orines, a basura o a descomposición. Olía a limpio.
Un día Aisha sintió el rugir de sus tripas y comió. No hubo de mendigar, no tuvo que buscar en la basura, ni se alimentó de las súplicas a su dios. Comió.
Un día Aisha salió a la calle y obsevó perpleja que a su alrededor todo el mundo sonreía.
Un día Aisha sintió un extraño malestar en el estómago y fue al médico.
Un día Aisha salió de su casa y no se dirigió ni a una fábrica, ni a la mina, ni al campo. Fue a la escuela.
Un día Aisha volvió a su casa después de corretear por las calles y allí estaban sus hermanos y su padre. Estaban vivos, no habían muerto en la guerra.



Belén Hernández Molina




"Noticias"

Hoy Ruth mira las noticias en la televisión; normalmente no lo hace, se limita a compartir las veladas con Jacques, mirando algún reality show. La última vez que estuvieron juntos descubrieron, con una lata de cerveza en la mano, la vida de Nilda Pérez, de ascendencia cubana, que odiaba los ronquidos de su marido y decidió amordazarlo, causándole la muerte, aunque, eso sí, ya duerme de maravilla la anciana, y cuenta su historia con una sonrisa en la boca y un cóctel con sombrilla incluida en la mano.
Ruth no comparte ya la cerveza, la bebe sola, vestida con una camiseta patriótica, llena de estrellas. Por primera vez se interesa por lo que pasa fuera de las fronteras, en ese otro mundo desconocido; y ve a Jacques en su pequeña pantalla, diminuto y con aire de tristeza, mientras alguien le vuela la cabeza en un instante.


Noelia Vicente S.

http://zonaliterariaaysen.blogspot.com/2006/12/cuentos-menudos.html